
Ania se ha dormido. Raúl no puede. Contempla a la chica con tristeza. Roza sus heridas con la punta de sus dedos. Anastasia se queja. El muchacho se culpa. Nunca debería haberla dejado sola. Pero al menos la había encontrado. Ahora, temía por su vida. Si nadie los había visto no corría peligro, pero como encontraran pruebas, el tiempo lo tenía contado. Sin embargo, por amor se hacen grandes locuras, y él quería a Anastasia, por encima de todo.
Se levanta, dejando a sus tres amigos durmiendo. Se viste y sale a dar una vuelta en el fresco de la noche. Está desierta. Cruza la calle. De repente, un coche. A doscientos por hora. Lo arrolla sin piedad. Raúl salta por los aires. Da con sus huesos en el suelo con un golpe seco. El coche derrapa. Sale alguien de su interior. Se agacha al lado del muchacho. Le pone un cuchillo en la yugular.
- Fuiste tú- dice el hombre con una voz que rebosa odio.
- ¿Yo? ¿El qué?- tartamudea Raúl.
- Tú te la llevaste, ahora lo pagarás.
Le clava el arma en el cuello, dejando al pobre chico sin respiración. Se levanta y se mete en el coche. Se va.
Raúl coge su móvil a duras penas, y llama a Ania. Esta se despierta. Coge el teléfono.
- ¿Dónde estás?- pregunta preocupada.
- En-en la calle. Ayúdame Anastasia, por favor…- dice con voz ahogada
Anastasia se levanta de golpe y se viste. Despierta a sus amigos a patadas y salen los tres a la calle. Lo buscan por todas partes. Corren de aquí para allá, hasta que de repente…
- ¡Raúúúúúúúúúúúúúúúúúúúl!
Ania se va corriendo a la acera de enfrente. Raúl está tumbado boca abajo, rodeado de un charco de sangre. La muchacha llora, se abraza a él.
- ¡Rápido! ¡Llamad a una ambulancia!- les dice a sus amigos.
Minutos más tarde, llega. Se van al hospital, e ingresan al herido.
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