Distancia,

La distancia es una mierda, sobretodo en la adolescencia..

viernes, 25 de mayo de 2012

Libertad.



<<Ya no le quiero>>
Su mente la martillea con esa frase. Y ella simplemente busca en el fondo de los ojos azules de Raúl una excusa para no creerse que aquel sentimiento había dejado de morar en su interior. Se deja acariciar, y lo hace ella a su vez. Cierra los ojos y amaina su respiración, hasta hacerla prácticamente imperceptible. Se esfuerza por disfrutar con el tacto de la piel del muchacho que dibuja en su espalda con los dedos. Huele su perfume, tratando de que ese sea el único aire que pueda respirar. Hace de la suavidad del cuerpo de su compañero el único estímulo para sus sentidos.

Pero nada funciona. Ni un escalofrío. Ni una sonrisa. No hay indicios de que el amor que un día había dominado por completo sus movimientos, sus ilusiones, sus sueños y sus emociones corriera por las fibras de su ser. Se había ido. Tiempo atrás. Y ella lo sabía, pero había rehuido y desechado la idea por miedo a que fuera verdad. Sin embargo, sabe lo que la mentira duele, y no está dispuesta a experimentarla de nuevo. No si la mentirosa es ella. No si se miente a sí misma.

Se separa de Raúl. Lo mira larga e intensamente, haciendo notar la ausencia del fuego que ya no arde en su interior. El chico la mira sin acabar de entender.

-          No lo lamento.                                                            


Sus labios vocalizan bien cada sílaba, que, para su sorpresa, no duelen. Se levanta, dejando al muchacho sentado en la cama en la que aún se respira falso amor, se ata la camisa, y se va. Se aleja de aquel lugar en el que tantos secretos, tantas esperanzas, tantas ganas de vivir habían tomado forma y color, y que ahora, simplemente, no existían. Anastasia sentía vacía una parte de su mente, pero no de su corazón. Sin embargo, sí, ahí estaba. La cicatriz de una traición que ya no la molestaba, pero que no había olvidado. No había rencor ni sed de venganza en su mirada. Sus palabras no rezumaban odio, su mente no estaba nublada. Estaba tranquila. Había aprendido a perdonar, pero no porque el traidor lo mereciera, sino porque no sería justo para ella vivir resentida por algo que no había sido culpa suya.
La noche es suave. No hace frío. Una ligera brisa juega con las flores de los árboles primaverales. Lleva consigo el leve aroma de las primeras flores del verano. Ania dirige su mirada primero hacia el mar, en el que las olas ronronean mansas, y después hacia el cielo, salpicado por estrellas que sonríen a la chica. Sonríe ella también. Se descalza. Sus pies entran en contacto con la arena fresca, y su cuerpo se estremece de placer. Los hunde y juega con los granos de piedra sedimentaria entre sus dedos. Se acerca a la orilla y baña sus piernas en la espuma. Toda su esencia respira, por fin, libre. No le pesa. No existe culpa, no existe daño. Y sobre todo, no hay soledad.

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