Distancia,

La distancia es una mierda, sobretodo en la adolescencia..

domingo, 27 de mayo de 2012

Indicios.



Apenas un par de semanas más y el curso empezará para Ania. Aetiss y Anastasia llevan tres semanas en Barcelona, y como había prometido la madre de la pelirroja, las dos amigas viven en un piso, solas. La vivienda está situada cerca de la casa de Samu, un chico al que Aetiss tiene mucho cariño, quizá demasiado.
Los últimos días de la estación del sol avanzan perezosos, sin novedad, acorde al estado de ánimo de las chicas. Aetiss ya ha empezado primero de Bachillerato, por lo que Ania hace los recados por la mañana y pasa el resto de la tarde con su compañera, y, en ocasiones, también con Samu. Pero a medida que los días se suceden, Anastasia se siente más cansada; le duelen las piernas sin haber hecho apenas ejercicio, y ha perdido el apetito. Sin embargo, es la mayor de las dos, y se esfuerza por que Aetiss no note su debilidad.


Acaba de llegar de clase, risueña y radiante como los rayos de sol que iluminan la cocina, en la que se encuentra Anastasia. Esta se gira, la mira y le sonríe. Está muy guapa hoy; lleva una blusa amarilla de tirantes y unos pantalones cortos. Ania apaga la vitrocerámica y sirve la comida. Aetiss no para de hablar y de contarle sus planes para esta tarde.


-          Yo no te puedo acompañar.


Anastasia mira su plato con un brillo extraño en la mirada, y Aetiss la observa, muda. Hace días que nota que Ania no está como siempre, no sonríe, no habla. Intenta preguntarle algo, pero la expresión de la chica se quiebra con dolor, y se levanta con las manos en la tripa. Se apoya en la taza del váter y vomita lo poco que ha comido. Aetiss corre en pos de la enferma y la mira preocupada desde la puerta del baño. Se acerca a ella y la abraza. Anastasia gime y tiembla levemente, pero se recompone rápidamente.


-          Estoy bien. Ha sido un mareo.

Se lava la cara y la boca y se tumba en la cama, boca arriba. Cierra los ojos para que no se le humedezcan otra vez y respira en la penumbra de la habitación. Las esperanzas la abandonaban con cada mareo, con cada sofoco.

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